Ya falta poco. No te distraigas
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
Ya falta poco, cada vez menos. El calendario anuncia que la Nochebuena se acerca, y en el aire se siente ese ajetreo tan propio de los días previos: compras, preparativos, reuniones, luces por todos lados. Sin embargo, entre el bullicio y las listas interminables, resuena una invitación a mirar más allá, a detenernos y recordar que estamos por celebrar algo inmenso: el nacimiento de Jesús, el misterio que da sentido a la Navidad y a toda nuestra vida.
Nos puede ayudar imaginar a José y María, en las últimas horas antes del nacimiento, recorriendo las calles polvorientas de Belén. Nadie los espera, no encuentran dónde alojarse; la ciudad está llena y, puertas adentro, cada uno está en la suya. Ellos, en cambio, buscan un lugar sencillo, cualquier rincón que acoja un milagro. Es un viaje hecho de esperanza y de fe, sostenido por una confianza silenciosa: Dios proveerá.
Tal vez, en este andar sin certezas, podamos encontrar un reflejo de nuestros propios caminos. ¿Cuántas veces nos sentimos desorientados, sin saber dónde apoyar la cabeza, buscando sentido o consuelo? José y María, con su perseverancia y humildad, nos enseñan a confiar incluso en momentos marcados por la oscuridad.
El evangelio de San Mateo (1, 18-24) que proclamamos este domingo nos regala una escena profunda y silenciosa. José, hombre justo, descubre que María, su prometida, espera un hijo. El desconcierto y el dolor son enormes, pero en medio de la noche, un ángel le habla en sueños: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo”.
Lo que a ojos humanos parece un escándalo, es en realidad obra de Dios. José, lejos de rebelarse o buscar explicaciones, elige confiar y acoger el misterio. Su obediencia transforma la historia: gracias a su “sí” discreto, el plan de Dios sigue adelante. Nos interpela también a nosotros: ¿cuántas veces Dios obra en lo oculto, en lo que no entendemos, invitándonos a responder con fe antes que con certezas?
Contemplar el pesebre con la cuna vacía, en estos días previos a la Nochebuena, puede ser un ejercicio profundo. Ese lugar humilde y silencioso, en serena espera, representa al universo entero aguardando una presencia que colme de sentido la existencia. Nada llama la atención,
nada brilla; todo está listo para recibir al Niño, y resuena el eco de una promesa.
En ese vacío caben nuestros anhelos, nuestras búsquedas, las preguntas que a veces no nos animamos a decir en voz alta. La Navidad nos recuerda que el sentido no viene de lo grandioso o espectacular, sino de la presencia de Dios que, en la sencillez, lo transforma todo.
La invitación del Evangelio es clara: no te distraigas. Lo más importante ya está en camino; todo lo demás es periférico. El riesgo es grande: podemos llegar a la Nochebuena con la mesa llena y el corazón vacío. Me acordaba de una expresión del Papa Benedicto XVI: “Se pueden organizar fiestas, pero no la alegría. Según la Escritura, la alegría es fruto del Espíritu Santo (Cf Gal 5, 22)” (Verbum Domini 123).
Animémonos a soltar lo que sobra, a priorizar el silencio, la oración, el encuentro sincero con los demás. En estos días, antes de que el Niño Dios ocupe ese pequeño pesebre, regalémonos el tiempo de la contemplación. No se trata de hacer grandes cosas, sino de disponernos interiormente: abrir el corazón, agradecer lo recibido, pedir perdón si hace falta, renovar la confianza en que Dios no abandona.
Ya falta poco. En la cuenta regresiva hacia la Nochebuena, lo repito, no te distraigas. Como José y María, caminá con fe y esperanza, aunque no todo esté resuelto. Prepará tu corazón para lo esencial: el nacimiento de Jesús, que da sentido a todo lo demás.
Que esta Navidad nos encuentre despiertos y atentos, abiertos a la presencia de Dios que viene a transformar nuestra vida desde adentro. Porque, al final, lo verdaderamente importante no se compra ni se planifica con cálculos.
El jueves pasado en Roma el Papa León XIV autorizó los decretos relativos a la beatificación de Enrique Shaw, laico argentino, empresario, padre de familia ejemplar. El mismo Pontífice se refirió a él como “un empresario que entendió que la industria no era sólo un engranaje productivo ni un medio de acumulación de capital, sino una verdadera comunidad de personas llamadas a crecer juntas”.

