Misa de Ordenación de Diáconos Permanentes en San Juan
El Viernes, 25 de Abril, en la Catedral de San Juan se desarrolló la Ordenación Diaconal Permanente «Sean apósteles del perdón. servidores abnegados de los hermanos y constructores de comunión » Papa Francisco.
- Osvaldo Ariza
- Pedro Gaia
- Rafael Herrera
- Horacio Hernández
- Néstor Lépez
- Carlos Ruffolo
- Mario Sasso
- Jorge Sotomayor
Durante la Misa el Arzobispo de San Juan de Cuyo, Monseñor Jorge Lozano expresó en la Predicación de Ordenación de Diáconos Permanentes en San Juan.

Queridos hermanos:
Damos gracias a Dios por el camino vocacional recorrido por cada uno de estos hermanos nuestros. Un camino de duración diversa según cada uno, y que involucró a sus familias y comunidades. Pero no podemos olvidar que, en el orden del llamado, lo inicial que resonó en sus corazones fue la vocación a la vida matrimonial y familiar. Esa fue la primera respuesta generosa al amor de Dios: amar y formar una familia. Al recibir la Ordenación Diaconal no dejan de ser esposos y padres. Su primera comunidad eclesial sigue siendo la iglesia doméstica, donde se vive el Evangelio en lo cotidiano, entre pañales y discusiones, entre abrazos y tareas escolares, entre preocupaciones y sueños en común.
Ustedes lo saben, el cuidado de sus familias no puede quedar relegado ni postergado por el ministerio. Al contrario, deben ser los primeros testigos del amor de Cristo en sus hogares. Allí, en esa casa donde se cocina y se reza, donde se celebran cumpleaños y se vive la cruz de la enfermedad o el desempleo, allí también se edifica la Iglesia.
Hoy, al ser ordenados diáconos, la Iglesia les confía una nueva misión: ser presencia de Cristo servidor en medio del pueblo. Esto no es un título, ni un prestigio, ni una jerarquía. Les van a colocar la estola cruzada sobre el hombro, pero recuerden siempre que esa estola no se les tiene que “subir a la cabeza”. No se trata de subir peldaños, sino de bajar a lavar los pies de los que más lo necesitan. La estola sobre el hombro no es un adorno: es un recordatorio de que hay que cargar con el sufrimiento de los demás.
El Evangelio de San Juan que hemos proclamado nos muestra a siete de los apóstoles cansados y decepcionados, tristes. Con ganas de “hacer borrón y cuenta nueva”; “voy a pescar…vamos también nosotros”; volver a lo de antes que apareciera Jesús en sus vidas. Pero otra vez toda la noche, y nada. La presencia del Resucitado transforma el fracaso en fecundidad, la noche en aurora de vida. El que dijo “Yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lucas 22, 27), Jesús, es el Diácono que prepara el desayuno y el fuego en la playa para los que pasaron la noche en fracaso. Prepara el fuego acogedor para la comunidad en torno al Maestro.
Cuiden el vínculo de comunión con los obispos y el presbiterio. Cuando nos distraigamos en superficialidades o internismos, recuérdennos a los pobres, los encarcelados, los enfermos. Acompañen con sus aportes y participación el camino sinodal que estamos transitando. Ustedes no son “rueda de auxilio” para reemplazar a los sacerdotes cuando ellos no pueden. Los Diáconos tienen un lugar propio en la vida ministerial de la Iglesia.
El miércoles despedimos a un gran diácono, Guillermo Zapata, cuya vida fue un canto al servicio. Hoy la Iglesia de San Juan recibe el regalo de ocho varones que se disponen al servicio. Unan la oración con la entrega, la Palabra con la ternura, la liturgia con el barro del barrio. Como él, ustedes están llamados a vivir con un oído en el Evangelio y el otro en el pueblo.
Son enviados a las periferias geográficas y existenciales, a donde otros no llegan, donde la vida duele o está rota. Porque el diaconado no es para quedarse en el templo, sino para salir a buscar a los heridos de alma, a los que están cansados de fracasar, a los que nadie abraza. Esas personas que muchas veces viven lejos, no sólo en distancia, sino en dolor, en vergüenza o en exclusión. Que los últimos sean para ustedes los primeros.
Unir la mesa del altar con la mesa de los pobres: esa es la verdadera comunión. No hay Eucaristía sin compartir el pan con el que no tiene. No hay liturgia sincera si no se traduce en justicia, en escucha, en acompañamiento. La comunión no se queda en la boca, se
ensancha en el corazón y se multiplica en la vida. Para el Jubileo de los Diáconos en Roma Francisco les dejó una hermosa enseñanza: “Su actuar concorde y generoso, de esta manera, será un puente que una el altar a la calle, la Eucaristía a la vida cotidiana de la gente; la caridad será su liturgia más hermosa y la liturgia su servicio más humilde” (Francisco, 23 de febrero de 2025)
Cuando El Cardenal Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa en marzo del 2013, tomó el nombre de Francisco, para no olvidarse nunca de los pobres, en memoria del Santo de Asís, un Diácono. Qué bueno que sean los pobres y excluidos quienes lo despidan en su entierro y lo presenten al cielo.
Queridos hermanos diáconos, abracen a la Iglesia y abracen al pueblo. Abracen desde lejos a los que sienten que ya no hay lugar para ellos. Sean ese puente entre la oración y la acción, entre la fe y la esperanza.
Y que nunca les falte la alegría de servir. Porque servir no es una carga, es una bendición. Es un privilegio amar a Cristo en los pobres, en los enfermos, en los ancianos, en los que lloran a escondidas. Sigan los ejemplos de los Diáconos Santos: Esteban, Felipe, Lorenzo, Francisco de Asís.
Que el Espíritu Santo los sostenga. Que sus familias los acompañen. Y que la comunidad los abrace y rece por ustedes. Con San Juan Bautista señalemos a Jesús, nuestro Salvador. Amén.
+ P Jorge Eduardo Lozano
Arzobispo de San Juan de Cuyo

