La Amistad. Leer la mente y el corazón

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Por el Arzobispo de San Juan de Cuyo, Monseñor Jorge Eduardo Lozano

Cuando estamos con alguien que nos ama y conoce, no hace falta usar muchas palabras para comunicarnos. Sentimos que “nos lee los pensamientos”, reconoce lo que guardamos en lo profundo del corazón. No hay secretos. La amistad es uno de los pilares fundamentales en la vida de cualquier persona.

Desde que somos niños, aprendemos la importancia de tener amigos con quienes compartir juegos, secretos y sueños. A medida que crecemos, nuestros vínculos se vuelven más profundos y significativos, convirtiéndose en un refugio y una fuente de alegría y apoyo. Hay momentos en la vida en los cuales la amistad cobra una dimensión especial, siendo un lazo que nos acompaña en las alegrías y desafíos que enfrentamos. Nos sentimos seguros y confiados para compartir fracasos, frustraciones, desilusiones. Nos alientan y sostienen ayudando a sacar lo mejor de nuestro interior.

La fidelidad es uno de los valores más preciados en la amistad. Ser fiel implica estar presente en los buenos y malos momentos, ofrecer apoyo incondicional y mantener la confianza a lo largo del tiempo. En este sentido, la amistad se nutre de experiencias compartidas, de recuerdos acumulados y de una comprensión mutua que solo el tiempo puede forjar.

Compartir la vida con amigos es una de las mayores fuentes de alegría. Las risas, las conversaciones sinceras y las aventuras vividas juntos enriquecen nuestra existencia y nos brindan una perspectiva más amplia y significativa. Los amigos son testigos de nuestros logros y fracasos, y su presencia hace que cada momento, por pequeño que sea, cobre un valor especial.

El poeta Jorge Luis Borges expresó esta idea con gran sensibilidad en su poema «Los Justos»: «Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire. / El que agradece que en la tierra haya música. / El que descubre con placer una etimología. / Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez. / El ceramista que premedita un color y una forma. / El tipógrafo que compone bien esta página que tal vez no le agrada. / Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. / El que acaricia a un animal dormido. / El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. / El que agradece que en la tierra haya Stevenson. / El que prefiere que los otros tengan razón. / Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo».

Considerar a Dios como un amigo cercano nos brinda una dimensión espiritual que enriquece nuestras relaciones humanas. Jesús se hace

nuestro amigo incondicional. Con Él sabemos que nunca estamos solos, que siempre hay alguien que nos escucha, nos guía y nos ama sin límites.

La amistad verdadera nos libera de los riesgos de la soledad y el aislamiento. En algunos momentos es fácil quedar atrapado en las responsabilidades del trabajo, y de un ritmo de vida que descuida los valores más importantes. Lo central no puede ser la eficiencia y productividad.

La soledad puede tener efectos negativos en nuestra salud física, mental y emocional. Es crucial mantener y cultivar nuestras amistades, dedicar tiempo a estar con nuestros seres queridos y buscar ocasiones de encuentros que enriquezcan la vida.

El poeta Octavio Paz —Premio Nobel de Literatura 1990— reflexiona sobre la soledad en su poema «Hermandad»: «Soy hombre: duro poco / y es enorme la noche. / Pero miro hacia arriba: / las estrellas escriben. / Sin entender comprendo: / también soy escritura / y en este mismo instante / alguien me deletrea». Qué hermoso sabernos leídos, deletreados.

Con oportunidad del Día del Amigo, celebremos la importancia de la amistad en nuestras vidas. Recordemos la fidelidad que nos une, la alegría de compartir momentos especiales, y la fe en Dios como amigo permanente. Apreciemos a nuestros amigos, cultivemos nuestras relaciones y mantengámonos atentos a los peligros de la soledad. Porque, en última instancia, la amistad es un tesoro que nos enriquece y nos sostiene a lo largo de toda la existencia.