Entre cadenas que no se rompen y laureles que se marchitan

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Por el arzobispo de San Juan de Cuyo, Monseñor Jorge Eduardo Lozano

Nadie desconoce la grave situación que estamos atravesando en nuestra querida Patria. Las celebraciones de ayer, 25 de mayo, nos mostraron las ambivalencias con que ponderamos las situaciones desde los últimos años y meses. Escuchamos a quienes cuentan que estamos obteniendo los “eternos laureles” y otros que advierten que las “rotas cadenas” están ilesas y
oprimen.

Lo cierto es que la pobreza está aumentando a ritmo sostenido, lo cual implica crecimiento del hambre, pérdida de trabajo, incremento de la precariedad, recesión. La búsqueda del equilibrio en los números desequilibra a las familias más frágiles, que se van cayendo del camino.

Venía a mi memoria una parábola del Evangelio (Mt 13, 24-30) para mirar la Patria desde esta perspectiva. “El trigo y la cizaña” crecen juntos y se parecen en el primer momento. Solamente se diferencian con claridad cuando empiezan a brotar los granos en la espiga. Por eso el dueño del campo quiere cuidar el trigo bueno y no arriesgarse a tomar decisiones drásticas en una mirada apresurada. Además, al estar tan juntas las raíces, se corre el riesgo de perjudicar lo que se quiere guardar.

El Papa Francisco cita esta Parábola para decirnos que “el tiempo es superior al espacio”, y por eso indica que “darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios”. (EG 223)

En nuestro lenguaje cotidiano utilizamos la expresión “sembrar cizaña”. Lo aplicamos a las personas que esparcen sospechas y dudas. Suelen comenzar diciendo “parece que…” o “se dice que…”. No son concluyentes ni se juegan con su propia mirada. Son mediocres repitentes de teléfonos descompuestos que embarran todo lo que está a su alcance, pero son prolijos en lavarse las manos. Guardan composturas cubriendo con piel de cordero la víbora ponzoñosa que tienen como lengua.

Levantan muros de división en lugar de tender puentes de solidaridad y encuentro. Se ha vuelto moneda corriente la ofensa, la descalificación, la calumnia. Lejos de “estar todos en la misma barca” se impulsa el “sálvese quien pueda” del “todos contra todos”.

La cizaña no crece por casualidad ni por un defecto de la naturaleza. Es obra del enemigo. No es una siembra buscada por el dueño del campo y los trabajadores. No es un descuido. Mencionemos aunque sea unos pocos a modo de mal ejemplo.

Las fake news – noticias falsas – son cizaña. Con 2 verdades, 3 ambigüedades y 4 mentiras te construyen un relato que degrada las personas, generan angustia en familiares y amigos, y etiquetan a personas que con dificultad logran reponerse, o tal vez nunca. Pero después nadie se hace cargo de aclarar, desmentir, ni citar la fuente. Las noticias que en estos días se han publicado acerca de la corrupción en la distribución de alimentos son muy graves. No se debe malversar la comida destinada a los pobres. Eso es pisotear su dignidad y pudre el tejido social. Pero no es justo poner un manto de sospecha sobre tantos emprendimientos solidarios que se llevan adelante con esfuerzo y generosidad en diversos lugares del país. Que se investigue y enjuicie a los culpables, pero que no se corte la asistencia a los pobres. Nunca mejor dicho que “terminan pagando justos por pecadores”.

La corrupción y el narcotráfico son cizaña. Desde hace décadas la inoperancia, los sobornos, la impunidad, nos han llevado a un estado de situación cada vez más difícil.

La indiferencia también es cizaña. Traslada a los hombros de los pobres la pesada carga de la exclusión y marginación. Naturalizar la pobreza vuelve a levantar muros y destruir puentes.

La avaricia es cizaña. “Formadores de precios” acaparan y acumulan riqueza aun a costa del sufrimiento ajeno, aumentando los costos por las dudas.

La sobreexplotación del planeta es cizaña. El 24 de mayo se cumplieron 9 años de la publicación de la Encíclica Laudato si’, “sobre el cuidado de la casa común”, del Papa Francisco. Un llamado de atención al estilo de vida del consumismo que despilfarra, del agotamiento de los recursos del Planeta.

Pero no está todo mal, al contario. Hay mucho trigo bueno sembrado con afecto, entrega y compromiso.

La verdad es trigo bueno y, aunque nos duela, es importante asumirla y no dibujarla.

La solidaridad es trigo bueno que tiende puentes y va al encuentro de los demás. Construye en concreto la amistad social. En estos días estamos comenzando a promover la Colecta anual de Cáritas con el lema “Tu solidaridad es esperanza”.

El amor a la Patria es trigo bueno. Desde 1810 (y aun antes) muchos hombres y mujeres se comprometen con el bien común, estando cerca de los más débiles. Renovemos entonces el deseo de sembrar semillas que nos lleven a la Justicia y la Paz. Pensemos que la sabiduría popular nos advierte que “quien siembra vientos, cosecha tempestades”.

Protejamos los brotes nuevos del trigo que va creciendo en niños y jóvenes, y seamos generosos en la siembra.