El Doctor José Gabriel Ocampo, argentino y chileno Ilustre

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Redactor del código de comercio de Chile, abogado y político de ambas naciones.

Dr. José Gabriel Ocampo

Lic. Prof. Fernando A. Ocampo Bravo

 

Un argentino ilustró su nombre en Chile. El doctor José Gabriel Ocampo, el abogado y jurisconsulto a quien se debe, la redacción del Código de Comercio con la que rige actualmente en esa República y quien curiosamente está en mi propia línea genealógica de mi familia.

Es admirable observar cómo en la gesta emancipadora y luego durante las primeras décadas de vida independiente de las naciones sudamericanas que aquella gesta forjó, todos sus hombres más eminentes, sin distinción de su nacionalidad de origen, pusieron su perseverante empeño, su talento y hasta la vida en servicio de la felicidad común.

Puede repetirse hoy, enfáticamente, «que los hombres de aquella época no reconocían más jerarquías que las del verdadero mérito, ni más patria que el suelo americano». En esa admirable fusión de los espíritus y de los corazones puesta en beneficio de un ideal común no existe mejor ni más seña lado ejemplo en la historia que el de las jóvenes naciones Argentina y Chile.

Es claro que hemos tenido la suerte de contar desde la emancipación con un denominador común, con una gloria compartida, y es la del Libertador General don José de San Martín, a quien Chile tiene levantado un monumento que es más sólido que el de cualquier bronce estatutario: el de su rendida admiración y eterna gratitud, que arranca des de la exclamación consagratoria de O’Higgins, lanzada bajo el estruendo de la batalla de Maipú, para que fuese escuchada por todos los que vieron el cielo de ese día y para que se repitiera en los días por venir: «Gloria al salvador de Chile «.

Esta frase del padre de la patria define la esencia del sentimiento chileno mantenido desde entonces sin altibajos, pleno de las más fecundas iniciativas, tanto durante la vida del prócer como en el instante de su muerte, y transmitido como una consigna de honor de una a otra generación.

Es siempre bueno y reconfortante recordar aquella época durante la cual argentinos y chilenos se olvidaban de su condición de argentinos y chilenos. Sólo así podemos comprender cómo San Martín, al ausentarse para Córdoba, depositara el mando militar de Cuyo en O’Higgins; y que nombrara a Zenteno secretario del Ejército de los Andes; y cómo los chilenos, al día siguiente de Chacabuco, brindaran al Libertador el máximo que puede ofrecer un pueblo: que lo rijan y gobiernen; y cómo O’Higgins, Director Supremo, ausente en el frente de batalla del sur, delegara el mando del país en Hilarión de la Quintana Y luego le confiara a Blanco Encalada el mando de la primera escuadra chilena ; y que el coronel chileno Francisco Antonio Pinto fuera jefe de un regimiento argentino y ayudante del general Manuel Belgrano en el Ejército del Alto Perú. Los ejemplos son admirables e incontables.

Acerca de esta variedad de nacionalidades advertiré como corolario, que ya no es posible hoy; día determinar con segundad documentada cuántos eran chilenos y cuántos argentinos, entre los que constituían aquellas falanges in mortales que se llamaron: El Ejército de los Andes, es sabido que luego, de Chacabuco todas sus bajas por muerte y deserción fueron cubiertas por hijos del país, el Ejército de Chile, los Ejércitos del Sur y del Centro, el Ejército que triunfó en Maipú, el Ejército Libertador del Perú, ejércitos éstos que juntaron la libertad de dos naciones del Pacífico.

Cuán grato es, además, recordar que sirvieron bajo las órdenes de San Martín en las armas de la libertad y desarrollaron su capacidad en el mando en su alta escuela y austero ejemplo cinco militares chilenos que iban a ocupar en el futuro la presidencia del vecino país: Bernardo O’Higgins (febrero 1 817 – enero 1823 ), Ramón Freire  (1823-1826) , Francisco Antonio Pinto (1827- 1 828), Joaquín Prieto (1831- 8 41) y Manuel Bulnes (1841-1851).

Y en otro orden de ideas resulta también grato recordar a una argentina, doña Luisa Garmendia, a quien le corresponde, indiscutiblemente, la flor de la confraternidad. Ella contrajo enlace en Tucumán con un edecán de Belgrano: el coronel Pinto, y del matrimonio nacieron dos hijos: Enriqueta y Aníbal.

El tiempo le iba a brindar a la tucumana el más privilegiado destino, al reunir en su persona estos tres títulos: ser esposa, mega y madre de otros tantos presidentes de Chile: Francisco Antonio Pinto, Manuel Bulnes, esposo de Enriqueta Pinto Garmendia y Aníbal Pinto Garmendia.

Y ya que estamos en lo familiar y social, cómo no recordar los apellidos que se confunden, pues resuenan iguales, tan comunes e ilustres, en ambos lados de la Cordillera: Sánchez de Loria, Rodríguez Peña, Saavedra, Beeche, Arana, Piñero, Dávila, Bilbao, Blanco, Toro, Real de Azúa. Lynch, Ocampo, Zelaya, Sarratea, Tezanos Pinto, Errázuriz, del Solar y tantos otros. Y esta confraternidad no se ha desarrollado tan sólo en lo militar, en lo político y lo social.

Recordemos también aquel período histórico del movimiento intelectual de Chile, promovido entre los años 1840 y 1850, por el contacto de la naciente intectualidad local con la pléyade de los proscriptos argentinos que venían huyendo de la patria para cobijarse en el suelo amigo. Este contacto, a veces estrepitoso, pero siempre fecundo, contribuyó no poco a encender la llama de la inteligencia chilena.

Aquellos «espíritus del Plata, eléctricos y deslumbrantes como los rayos de un cielo tempestuoso», como los define Lastarria, desarrollaron y discutieron las ideas, promovieron la enseñanza, enaltecieron la prensa, cultivaron las artes, las letras y el derecho, ilustraron la cátedra e influyeron en otras formas de cultura.

A su vez en el ambiente de la tierra chilena y bajo el estímulo de sus habitantes, de su docta Universidad y de su progresista Gobierno, floreció el ingenio, lograron su vocación y aseguraron su subsistencia el grupo de esos argentinos que buscaban un asilo en la adversidad: En Chile los emigrados: Sarmiento, Mitre, Alberdi, Frías, Piñero, Rodríguez Peña, Tejedor, y muchos otros, maduraron, cuando no dieron a luz, las obras que más adelante asegurarían su renombre.

A los que partieron de aquí como «simples aventureros de un sueño juvenil» –dirá Ricardo Rojas-, Chile los de volvió convertidos en estadistas y escritores. Lo que acabamos de decir a manera de introducción o preámbulo, sirve para comprender cómo un argentino, el doctor Gabriel Ocampo, pudo desarrollar en Chile, no sólo sin trabas, sino con in variable y solidario apoyo, una carrera política y profesional que culminó con su participación en la redacción de los cuerpos de leyes fundamentales: el Código Civil, y; principalmente, el Código de Comercio.

Todo esto que queda dicho servirá, además, para apreciar los beneficios que brinda la confraternidad, y que nosotros debemos tener presente para inculcarlos en la juventud, a fin de que ésta, a su vez, los tenga siempre en la mente como guía de sus pasos en la vida privada y en la acción pública durante los años que vivimos y los que vendrán, tan amenazados de tragedia. Este recuento de los óptimos frutos que ha originado la unidad militar, política, social, intelectual y jurídica de chilenos y argentinos.

José Gabriel Ocampo nació el 5 de octubre de 1799 en la apartada Rioja, cabecera entonces de una sub delegación de la Intendencia de Córdoba del Tucumán, a su vez uno de los ocho gobiernos o provincias en que estaba dividido el Virreinato. Era hijo de don Domingo Ortiz de Ocampo y de doña Tomasa Herrera y Medina, y sobrino del general Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, quien sería el primer jefe militar que a sumiera el mando del ejército al siguiente día de la independencia. Pertenecía Ocampo a una de aquellas familias patricias y gobernantes de noble raíz española, asentada firmemente en tierra americana, que disputaron luego en la ciudad riojana una supremacía, que sólo al amanecer de la autonomía quedarían desplazadas por los caudillos venidos de la campaña.

Llegó a Chile en 1819 y revalidó al año siguiente su título de abogado en la Real Universidad de San Felipe. Participó, como diputado por Colchagua, en la Constitución Política del Estado de Chile de 1823. Ocupó este escaño por aquel departamento hasta 1825. En 1828, retornó a la Argentina, ocupando los primeros puestos en el foro bonaerense hasta 1840, cuando enviudó y decidió regresar a Chile.

El 24 de septiembre de 1852 el gobierno del presidente Manuel Montt le encargó la tarea de redactar un código de comercio, a la que abocó casi una década, hasta presentar su Proyecto de Código de Comercio de Chile en 1861, que fue aprobado y publicado en 1865. Con modificaciones y actualizaciones posteriores, es el que rige en ese país.

El 10 de agosto de 1858, el Congreso Nacional de Chile le otorgó la nacionalidad por gracia.

Fue presidente de la sociedad Colegio de Abogados en los periodos 1862-1864 y 1867-1868.2​ Al año siguiente, en 1869, fue nombrado decano de la Facultad de Leyes de la Universidad de Chile, cargo en el que permaneció hasta su muerte, ocurrida en 1882.